fiLoSofíA dE MeRCAdiLLo

A poco que hayáis chafardeado por el dESoRdeN, sabréis perfectamente que odio mucho. Básicamente, porqué no puede ser de otra manera: el mundo y las personas merecen mucho odio y desprecio, y eso lo aprendemos todos desde bien pequeñitos. Y el odio no excluye al amor que podamos sentir por otras tantas cosas, personas, o incluso por nuestros mismos objetos de odio. Son dos sentimientos complementarios, necesarios y perfectamente compatibles, como cualquier otra cosa natural y espontánea.

Pues bien, una de las cosas que más odio de las muchas cosas que odio en este mundo es que me toquen mis cosas: que me las fisgoneen, que me las cambien de sitio o, directamente, que me las borren/eliminen. Es algo que no puedo entender, y que me provoca un sentimiento de cólera tan descomunal que el volcán islandés al que le puso nombre un gato encima de un teclado (no es mío, es un grupo de Facebook...) se queda en una vulgar piula infantil a mi lado. Me ha pasado esta tarde, y sólo el hecho de que me tenía que largar pitando para no llegar tarde ha evitado que iniciase un ataque indiscriminado a lo Increíble Hulk contra todo lo que me rodeaba que la hubiera liado más parda que un equipo de Gremlins celebrando un triunfo de Champions en la hierba del Camp Nou (éste sí que es mío; se me acaba de pasar por la quijotera...). Si ha sido un lapsus, ¿qué narices hacía el verdugo removiendo mis cosas? Mala leche estoy convencido de que no, porqué ni tengo enemigos ni quiero tenerlos. Pero lo que me temo que sí que ha sido es desidia, despreocupación o desprecio por el trabajo de los demás, y eso me vuelve a poner la vena de la cabeza hinchada como los labios de la Mairena. En casos así, me gustaría vivir en Japón y hacer esa terapia que consiste en destrozar una habitación a lo Led Zeppelin. Ooooohhhh! Eso tiene que ser un gustazo!

Y eso me hace pensar nuevamente que reprimir la violencia no es bueno, porqué la vas acumulando, y cuando ya no puedes contenerla más, acaba saliendo con una fuerza e intensidad mucho más virulenta e incontrolable. La clave es saber canalizarla y transformarla en energías constructivas, positivas, o incluso creativas. Todavía no tengo muy clara mi destreza en este campo, pero lo que sí que sé es que vivo en un estado de constante centrifugado de energías dEsoRdeNadas que muchas veces me agotan. Y creo que, por eso, este momento nocturno de sentarme ante la pantalla y escuchar música tranquilamente se ha convertido en un hábito imprescindible para equilibrar energías, destensarme, y esperar a Morfeo con la mejor predisposición. De verdad que es el mejor momento del día, donde los relojes se funden, las caretas se derriten, y encuentro ese estado de equilibrio y paz interior que me falta el resto del día. Y si realmente has llegado a leer hasta aquí, quizás deberías preguntarte si te pasa lo mismo...

*Todavía no tengo claro si el nuevo disco de Lori Meyers me gusta o no...