...pero la pared no le hacía ni caso. Cada vez que el hombre que se enamoró de una pared iba a pasar por delante de ella, se vestía de domingo, se peinaba con la raya de costado y se ponía colonia. Le llevaba flores. Le susurraba piropos románticos. Incluso probó con otros algo más groseros, por si era de esas paredes que se excitan con vulgaridades y palabras soeces. Pero tampoco. Un día que pasó de madrugada un poco contentillo, tras una noche alocada, incluso se atrevió a acariciarla, buscando los puntos más sensibles de su sólida estructura de lascivo ladrillo rojizo.
Pero ella era fría como pocas. No le dedicaba ni una cálida mirada de agradecimiento. Ni una palabra. Ni un gesto. Ni una simple sonrisa. Y el hombre que se enamoro de una pared estaba desesperado, intentando encontrar la manera de hacerle ver a su amada que la quería de verdad. Como nunca antes un hombre había querido a una pared. Incluso mató con sus manos a un perro que se había meado en su deseada pared, como clara demostración de que estaba dispuesto a lo que fuera por ella. Pero nada hacía cambiar la actitud impasible de la pared...
Ignorado, frustrado, y en aquél punto en que la frontera entre amor y odio es fina como un papel de fumar, decidió intentar olvidarse de aquella pared tan ingrata. Cambió su ruta para ir al trabajo, con el único objeto de esquivarla. Había leído en algunos tratados de psico-arquitectura que la mejor manera de atraer a una pared que no te hace caso es, precisamente, ignorarla tú a ella.
Y le contaron que últimamente la pared no era la misma. Empezaba a tener grietas, y estaba algo desconchada, y los gamberros del barrio hasta se atrevían a hacerle pintadas sin que ella rechistara. Y el hombre que se enamoró de una pared recibió esas noticias como un pequeño triunfo, porqué sabía que esa decadencia no era casual. Era por él. La pared estaba triste porqué su amado ya no le hacía caso, y quizás la habría cambiado por algún joven tabique más moderno y atractivo.
Sintiendo que tenía a su amada en el punto que él quería, el hombre que se enamoró de una pared decidió cambiar la estrategia. Ya era suficiente de hacer sufrir a su deseada pared, así que al día siguiente, se vestiría con sus mejores galas, se cortaría el pelo, se afeitaría, iría a comprar masilla, cemento y pinturas caras, y se las regalaría a su amada como prueba de su amor inigualable. Tras muchísimo tiempo de sufrimiento, tenía el presentimiento de que mañana sería el día en que esa historia llegaría a su fin y empezaría una nueva etapa en su vida...
...y así fue. Pero no como había imaginado el hombre que se enamoró de una pared, que estuvo toda la noche fantaseando y teniendo sueños eróticos en los que, por fin, hacía el amor con su pared y la hacía gozar como nunca hasta temblar. Al levantarse, efectivamente, se vistió con sus mejores galas. Se cortó el pelo. Se afeitó. Y fue a comprar masilla, cemento y pinturas caras, para regalarle a su amada como prueba de su amor inigualable. Encaró la ruta que había esquivado las últimas semanas, y al llegar a la esquina previa a la de su amada pared, paró, respiró hondo, y se dijo para sí mismo: "a por ella".
El hombre que se enamoró de una pared emprendió un paso firme y decidido. Giró la esquina con los ojos cerrados, y los abrió con la esperanza de entablar un cruce de miradas tórrido y ilusionado con su anhelada pared, pero al abrirlos, tuvo una imagen que le dejó helado. Unos obreros recogían como podían los escombros de una pared que se había derrumbado en la oscura noche anterior. Su pared. Se había desmoronado, y él se sintió tremendamente culpable, por haber llevado esa historia tan al extremo.
Sin que los obreros se dieran cuenta, el hombre que se enamoró de una pared se metió entre la ruinas esparcidas de su amada y cogió un trozo del tamaño de un ladrillo. Con el corazón hecho añicos, se fue a su casa en un mar de lágrimas. En su habitación, arropó al trozo de pared entre sus brazos, lo abrazó, lo besó entre sollozos... completamente desesperado e impotente, le hizo el amor en un ingenuo coito necrófilo de cartón piedra que le desgarró el miembro. Y dándose cuenta de que había perdido el norte y su vida ya no tenía sentido, cogió una cuerda, se ató al cuello lo que quedaba de su amada, se asomó a la ventana, y dejó que la fuerza de la gravedad hiciera el resto...
2 comentaris:
Te odio, profundamente además
POR QUÉ COJONES OYES LA MISMA CANCIÓN!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Bueno, menda, siempre será mejor provocar odio que indiferencia, supongo... ;) ¿la misma canción que quién?
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