divendres, 29 de novembre del 2019

bATaLLa dE MiEdOs




Los momentos de calma después de la tempestad suelen ser maravillosos. Momentos de relativizar cosas, de cierta serenidad, y de perspectiva. De darse cuenta de los errores propios, y también ajenos, y de anhelar que siempre fuera así. Ojalá pudiéramos aprender a hacerlo bien. Ojalá llegar al equilibrio, a la paz interior tan en vías de extinción, si es que ha existido nunca. Aprender a perdonar y a perdonarse a uno mismo. A domesticar los caballos salvajes y controlarlos para que no se escapen nunca más.

Esta situación me ha puesto en jaque. Me ha roto ese equilibrio interior, relativo pero suficiente, que parecía haber conseguido. Tus dudas han sido como una afrenta a mi deseo puro, diáfano y convencido. Mi realidad es luminosa, y no he sabido asumir ni afrontar que la tuya pueda ser distinta. Sería igual de legitima que la mía, si eso es así. Aunque destrozara mi anhelo en mil pedazos. El que se hizo real una noche de finales de agosto pero no ha seguido su curso natural. Sigo confiando que sea una desviación provisional y momentánea, pero quizás haría bien en ponerme en la peor hipótesis y pensar que las cosas no saldrán como yo deseo. De hecho, eso es lo habitual, así que no sería tan extraño. Me niego a creerlo, y sigo aferrado con firmeza a mi percepción de las cosas, como una llamada a que anhelar algo muy fuerte pueda hacerlo realidad. Pero a veces hay que tener cuidado con el ímpetu que se le pone a las cosas, porque puede acabar rompiéndolas. Las relaciones humanas son frágiles y delicadas, y hay que ponerle mucho esmero y mimo a la hora de regarlas. Aunque a veces las buenas intenciones no sean suficientes para impedir que pase lo que no quieres que pase. Te agradezco un montón que no quieras hacerme daño, pero aún así, me lo estás haciendo desde que cometiste el error de tirarte a la piscina para acabar saliendo de ella y dejarme sin toalla. Los errores, aunque sean involuntarios, siguen comportando consecuencias. Y me temo que soy el que más está pagando tu error, también por mi propia incapacidad de gestionarlo a posteriori.

Sigo sin tener clara la solución de este entuerto. Sé que no quiero dejar de verte, pero quizás esa sería la manera de protegerme. Y también a ti. También sé que tengo que intentar controlar mi sobredosis de pensamientos, que me acaban arrollando y traicionando. Sé que debería volver a la senda de la naturalidad y la espontaneidad de semanas atrás, pero siento un miedo terrible por normalizar la situación actual y que no vuelvas a mirarme nunca más de la forma en que me miraste en verano. Se me empaña la mirada sólo de pensarlo. Sé perfectamente que eres la persona que he estado buscando durante años. Sé que dentro tuyo tienes toda esa ternura que necesito para curarme de todo este vacío acumulado. Sé que eso podría ser recíproco. Sé que me hablabas de corazón cuando me decías que me habías echado de menos y que te habías dado cuenta que conectas conmigo como con nadie más. A mi me pasa lo mismo. Sé que cuando los demás me dicen que se nos ve a leguas la conexión también lo dicen con sinceridad. Y sé que no puedo llegar a entender por qué esta ecuación no tiene la solución evidente y que es pura matemática. Quizás los números mezclados con la química lo hagan saltar todo por los aires. Tengo pánico a perderte y volver a quedarme solo. Mi miedo a perderte y tu miedo a tenerme no acaban de llevarse demasiado bien y nos han dejado en difícil situación. ¿Seremos capaces de lidiar con todo esto...?