Cualquier visita a un aeropuerto me sirve para confirmar mi teoría de los pibones de atrezzo. Y es que el ratio de pibón super apretada/engalanada por metro cuadrado supera en mucho la media habitual de a pie de calle. Y, sinceramente, nadie en su sano juicio se vestiría de 21 botones para coger un avión (lo básico es llevar ropa cómoda, y sobretodo, térmica, para sobrevivir a los 30 grados bajo cero del aire acondicionado en la cabina). Saber si estás en un aeropuerto de este país y no de otro es súper fácil: sólo hace falta que te fijes en la gente que en vez de hablar por teléfono, grita por teléfono. O si no, otro buen parámetro es el de las colas en la puerta de embarque. Si la gente la hace a lo ancho, cortando completamente el paso de las personas que van hacia otras puertas de embarque... eso es España, amigos!! (porqué, ¿para qué hacer un cola en paralelo al tránsito de la gente y que no moleste, pudiendo joder al personal?). Otro elemento básico de todo buen aeropuerto (y esto es universal) es que la megafonía no se entienda una mierda. Tiene que hacer suficiente ruido para que te des cuenta de que la han conectado y van a dar un mensaje, pero es fundamental que las palabras sean completamente ininteligibles (no vaya a ser que te enteres si van a empezar el embarque por la puerta 16 o la 26, o si las filas que ya pueden entrar son de la 15 a la 31, o de la 5 a la 21). Y otra cosa que no falla nunca es el microclima para que pilles un catarro nada más iniciar tu viaje: rondando los 50 bajo cero en el finger, los 40 sobre cero cuando llegas al interior del avión, y vuelta a la temperatura polar en cuanto despegas (No tengo ninguna duda de que se trata de una confabulación tramada por la industria farmacéutica para aumentar las ventas de medicamentos). Como elemento complementario, siempre puedes coincidir en el vuelo con una clase de energúmenos adolescentes en plena efervescencia hormonal, absolutamente excitados ante la oportunidad de pasar unos días en el extranjero con otros elementos de su especie, que son precisamente los que despiertan esa explosión de hormonas (por cierto, no sé cómo pueden sobrevivir los adolescentes de hoy en día en ese ecosistema de lascivia carnal que es una clase de ESO...).
Hola, soy el de la lotería checa, y el sueldo no me llega para peluqueros...
Al margen de todo eso, Praga es una ciudad realmente bonita. Bueno, para ser precisos, lo es el centro histórico; los barrios de alrededor tienen ese tono gris deprimente de antigua ciudad comunista, con grandes edificios impersonales y gente de cara seria y castigada. Te puedes encontrar con camareros bordes y desagradables, pero también con amables señores que hablan algo de inglés y te ayudan cuando te ven con cara de apuro yendo en dirección contraria en el tranvía. Por suerte, siendo mayo, la horda de turistas todavía no era excesiva. Sentirse guiri es una sensación muy incómoda, y aunque a veces es inevitable, está bien poder escapar de la masa borreguil. Cuarto encuentro con Gan Lu, cuarto destino distinto. Y como le decía anoche, sin ese encuentro casual en un avión hacia Shangai (hace ya 8 años, la madre!!), nada de esto habría pasado: ni ese cochinillo a 4 manos, ni esas Pilsner Urquell o ese vino rojo, esa entrañable tienda de marionetas, esa visita al castillo, ese pasar por delante del campo del Sparta y enterarte luego que estaba jugando, o esa escapada al tétrico santuario/obituario de Kutna Hora, lleno de calaveras y huesos humanos de guerreros del siglo XV. El enorme poder del azar, mi adorado azar. Y el enorme poder dEsoRdeNado para que haga buen tiempo allá donde va, incluso cuando las previsiones eran de lluvia durante los 4 días. Y aunque tenía dudas de si se me haría largo o si habría momentos de silencios incómodos, la verdad es que se me han pasado volando, cosa que será buena señal. Al final las despedidas siempre son algo tristes, sobretodo cuando sabes que pasará tiempo ante de volver a ver a una persona que vive a miles de kilómetros. Y aunque añado Pekín a mi lista de destinos a los que he sido invitado, la incógnita es saber de dónde sacar tiempo y dinero para hacer realidad esa lista.
Y ha sido un aniversario dEsoRdeNado atípico. Juraría que es la primera vez que me despierto en suelo ajeno en este día. Día de madrugones, maletas, aviones, marujeos, ponerse al día, sms, llamadas, 1000 mensajes en las redes sociales... y de ver cómo las horas se me comían. Dos motivos para admirar a los checos: uno, casi no se ven Sillyphones por la calle (ni los correspondientes zombies enganchados a sus pantallas). Y dos, ejemplificado en algo que he vivido en el autobús al aeropuerto: una predicadora yankee le ha vendido la moto a una nativa de mostacho espinoso (he tenido que mirar bien dos veces para asegurarme de que era una mujer). Tendrá trabajo en la República Checa, que según dicen es el país con más ateos/agnósticos del mundo: parece ser que 6 de cada 10 checos no creen en ningún diós. Y ya sólo por eso, se merecen todo mi respeto y admiración...
(...porqué si tiene que ser por el rock checo y sus videoclips...)