Atrapado en un callejón familiar sin salida, intento encontrar pequeños puntos de fuga por los que salir a respirar, ni que sea unas horas. Y nada como la música o mi propia madriguera para escapar del mundo y de una realidad de mierda. No sé cuántos años después, volví allí donde estudié, y por momentos parecía que nada había cambiado. Todo estaba igual: las aulas, el patio, o ese paraninfo majestuoso en el que caer seducido por una presencia y una voz celestial. La de uno de mis descubrimientos musicales del pasado año, que en realidad es una que tiene un poco de muchas otras y mucho de sí misma. Y me relaja, y me aísla, y me mete en una burbuja autoprotectora donde parece que no pueda pasar nada malo, porque para eso ya tenemos el mundo real.
Y en esa misma dinámica de nostalgia no buscada, nos reencontramos con una banda que nos enamoró hace 16 años (y posiblemente debí colgar alguna canción suya por aquí, pero no lo recuerdo). Y por caprichos del azar, a última hora mi colega no pudo venir y le ofrecí la entrada que me sobraba a Morenita Amelie, que aceptó encantada. Y, de la nada y casi sin quererlo, nos reencontramos meses después, en un nuevo capítulo inesperado de esta historia imposible que dura ya 6 o 7 años. Y, como siempre que nos encontramos, todo fue espontáneo, y natural, y cariñoso, y no monógamo. No quise forzar nada, y me conformé con lo que podía ofrecerme, que era más que suficiente para ponerle un punto de dulzura a una realidad amarga y tortuosa. Nos queremos, y lo sabemos perfectamente, y nos lo decimos por si acaso, aunque no pueda ser. Porque la vida es así, y no la hemos inventado nosotros. Así que intentamos adaptarnos, y hecha la ley, hecha la trampa. Y quizás más adelante podamos seguir autoengañándonos. O quizás no. Pero no sufro. Y eso es lo mejor de toda esta historia. Por primera vez soy capaz de querer a alguien sin sufrir. Aceptando como un regalo cada momento que podamos disfrutar juntos, sin esperar nada más que eso. Y sin importarme compartir ese amor, con la naturalidad que compartimos las amistades sin que sea ningún trauma. Últimamente le he dado vueltas a eso de la no monogamia ética. Y, quizás por las circunstancias que me rodean ahora mismo, no lo veo nada descabellado. Más bien me provoca inquietud y curiosidad. Porque eso no creo que lo vaya a perder nunca. Y si lo hago, entonces querrá decir que estoy muerto en vida.