Es día de Clásico, y estoy extrañamente tranquilo. Y más, jugando en tierra hostil. Hace tiempo éste era el partido del año. Luego se convirtió en el partido del siglo. Y este año el calificativo se nos quedaba pequeño y, directamente, ya le llaman el Clásico del milenio. Hasta que llegue el próximo, claro. Son las 10 de un día 10 de un año 10. Una buena ecuación para mantener viva la maldición merengue del 10. Y más, jugando ante un equipo 10 dirigido por un entrenador 10 y que tiene a un chavalín con el 10 a la espalda y otro en el espíritu. Por algo es el mejor del mundo y va camino de convertirse en el mejor de la historia si mantiene la humildad y tiene la suerte de cara.
Minuto de silencio por el presidente y dirigentes de Polonia fallecidos en el accidente aéreo. En cuanto el árbitro (soy generoso llamándole así; lo sé) da por finalizado el homenaje y pita el inicio del partido, 80.000 merengues empiezan a gritar "es polaco el que no bote". Muy oportuno, sin duda. Debe ser eso que llaman 'el señorío blanco', supongo. Luego los que amamos este deporte nos extrañaremos si los detractores del fútbol nos llaman energúmenos, incultos y demás tópicos con parte de razón.
Primeros minutos de juego, y por momentos dudo si me he confundido de canal. ¿Esos navajeros de blanco son el Madrid o el Polvoritense? ¿Ha habido un cambio en el reglamento del que no me he enterado y ahora de lo que se trata es de patear los tobillos del rival en vez del balón? 300 millones después, han vuelto a los métodos de equipo pequeño del vampiro de las cajas fuertes, Juande Ramos. Completan el espectáculo Sergio Gramos (el rey del unfair-play), Mejuto Mojamuto y el chupón piscinero mayor del reino: CR9. Insinuar que el Abdominazer engreído está, ahora mismo, a la altura de Messi, es un enorme insulto a la inteligencia.
Y es que, mientras uno se preocupa de simular penaltis, clavarle los tacos por detrás a Piqué, o protestar al árbitro y a sus compañeros, el otro se limita a hacer lo que más le gusta y sabe: jugar a fútbol. Disfruta como un niño con lo que hace y lo transmite a los que le miran. El fútbol que aprendió en las calles de Rosario, que es el mismo que jugábamos de pequeños todos los que ya pasamos de los 30: el de sortear a los rivales, coches y farolas que se interponen entre tú y la portería rival; el de recibir patadas y levantarse sin protestar; el de ser más pillo que nadie con el gol entre ceja y ceja. Y así, mientras el Madrid protesta y se empana por una falta clara, él juega rápido y sorprende a la defensa con la complicidad de un Xavi descomunal, hace un control orientado magistral, y empieza a matar las falsas esperanzas blancas con un mal remate que acaba siendo bueno. Por si alguien no lo tenía claro, enseña el escudo que lleva en su corazón, que ahora mismo coincide con el del mejor equipo del planeta.
La primera parte acaba con más emociones que buen juego, pero con la faena bien encaminada. La cabeza de Pep no deja de dar vueltas, y prepara retoques tácticos para rematar la partida de ajedrez. Seguimos sin entender algunas de sus decisiones, pero las acatamos sin rechistar, porqué hoy en día, su palabra va a misa. Se lo ha ganado con creces. Y, tras el descanso, empieza el rondo, y tengo deja vus del glorioso 2 de mayo de 2009, fecha sagrada para todos nosotros. Y, aunque demasiadas pérdidas de balón propician chuts lejanos, El Equipo del Mal parece incapaz de volver a vestir la noche en remontada épica, como ya es habitual por esos lares. Ver un Clásico con el Bernabeu enmudecido toda la segunda parte es otra linea más en el Curriculum Vitae de un equipo memorable por los siglos de los siglos.
Y por si quedaba alguna duda, vuelve a aparecer el conductor de la nave: no se pronuncia 'Savi', ni 'Safi', amigos de la meseta: simplemente 'Chavi'. De profesión, delineante. Un auténtico maestro en el uso mental de la escuadra y el cartabón, para trazar parábolas y lineas de pase imposibles. Es más fácil robarle la cartera a Chuck Norris que la pelota a Xavi. Y en sus ratos libres, también hace de repartidor de ilusiones. Y otro chavalín bien humilde, de nombre Pedrito, se encarga de recogerlas, ponerles el matasellos, salir corriendo y enviarlas al buzón. Se ve que la carta de ayer era un certificado con la solicitud de una liga y volver al escenario del crimen el 22 de mayo a recoger no sé qué paquete-regalo de forma orejuda. Eso sí que sería un regalazo...
Fueron 2 pero pudieron ser más. También ellos pudieron marcar alguno, pero por mucho que admire a Casillas, hay que admitir que este año Valdés le está superando. Parece increíble que se vaya a quedar sin Mundial. Merengues que se van antes del final; silbidos; celebraciones post-partido de los jugadores en la misma hierba; celebraciones masivas en Canaletes, el aeropuerto o las calles de la ciudad, borracheras y resacas... es fácil acostumbrarse al caviar, y probablemente no valoraremos en su justa medida todas las brutalidades que está consiguiendo este equipo hasta que dejemos de ganar. Cruzo los dedos para que falten muchos años para que eso pase...
Y hoy, cuando me he despertado resacoso a las 4 de la tarde, hacía un día espléndido de sol y calorcito. En la calle, he visto unas cuantas banderas en los balcones. Y decenas de personas llevaban la camiseta blaugrana: no importaba edad, sexo o raza. Montones de niños lucían esos colores mientras llevaban balones tan o más grandes que ellos, dispuestos a jugar en cualquier parque imaginándose en un gran estadio en una noche como la de ayer. En mi infancia, yo también jugué cientos de clásicos imaginarios así en la calle.
Pero esta vez había algo diferente que se respiraba en el ambiente. Esta vez las banderas y camisetas no celebraban una victoria o un título. Esta vez (y ya hace unos años que es así) todos lucían el orgullo de unos colores que, hoy en día, simbolizan el triunfo de un estilo propio: el de creer en uno mismo; el de ser fiel a tus propias ideas hasta las últimas consecuencias; el de seguirlas con valentía; con descaro; con la suma de talento individual y trabajo en equipo; con imaginación; con humildad; con constancia; con respeto hacia los que optan por otras maneras de hacer las cosas... y este Barça es el ejemplo ideal para enseñarnos una enorme lección vital que es premisa dEsoRDeNada imprescindible: lo importante no es el QUÉ, sino el CÓMO. La grandeza de este equipo no son los títulos que gane, sino el modelo que ha elegido para conseguirlos. Sobretodo, en contraposición con el modelo del rival: y es que no todo se puede comprar en esta vida, amiguitos. Si todos nos aplicásemos el cuento, estoy convencido que éste sería un mundo mucho más maravilloso...