dissabte, 24 d’agost del 2019

pUzZLe dE AfECtoS y dEsaFecTOs




Un mes tras las vacaciones da para mucho, dejando de lado rutinas veraniegas como playa, piscina, o salidas nocturnas. 'Sólo' 6 meses después, Mrs. Bizarre volvió a dar señales de vida para disculparse, explicarse y decirme que me había echado de menos pero no había sabido gestionar la situación y no había escrito antes por miedo a que la mandara a la mierda. No lo hice, aunque en estos 6 meses no me faltaron ganas en algún momento. Estamos en proceso de volver a ponerlo todo en el sitio donde lo dejamos, y aunque la veo a ella más cariñosa y necesitada de mi que yo de ella, lo cierto es que también la echaba mucho de menos. Y aunque perdí gran parte de la confianza que tenía en ella, me gustaría recuperarla poco a poco, y que nos recuperemos mútuamente. No sé exactamente para ir hacia adónde, pero cualquier lugar será mejor que quedarse quietos o cerca del precipicio de estos últimos meses.

En estos 6 meses podríamos decir que el vacío que me dejó Mrs. Bizarre lo ocupó La Rubia del Paral·lel. Hemos ido a unos cuantos conciertos y festivales, cenas, salidas nocturnas... ha habido algún escarceo que nunca ha acabado de concretarse en nada, siempre subidos al alambre de lo ambiguo. Pero ha sido una suerte tenerla ahí, y creo que también ha sido algo recíproco. Como solemos decir, estamos todos igual de mal. Y al final es cuestión de encontrar almas gemelas, o casi, con las que evadirnos de la basura cotidiana. El martes acabamos en mi casa de madrugada, charlando, tocando la guitarra suave, y con algún acercamiento suave también, pero con el eterno discurso de "seamos sólo amigos" y "es que soy un poco rarita" (que puedo haber escuchado decenas de veces en mi vida, lo que me lleva a hacerme la pregunta: "¿siempre elijo a las raritas, son todas así, o no tienen otras excusas más originales?". Algo que seguramente sería extrapolable en el sentido y sexo contrarios). Toda una generación de incultos emocionales e incapacitados relacionales.

Y por si fuera poco, y cuando ya casi ni pensaba en ella, reapareció en escena Morenita Amelie. Nos encontramos en el trabajo tras semanas sin vernos por aquello de las vacaciones, y me salió espontaneamente decirle que se viniera un día a las Festes de diSoRdErLand. Y aunque me dijo que sí, tampoco acabé de creérmela demasiado, porque no sería ni la primera ni la segunda vez. Y aunque el lunes dijimos de quedar el miércoles, seguía teniendo la mosca detrás de la oreja con las habituales excusas de última hora. Pero esta vez no las hubo. Ni habiéndole dicho de venir a cenar a casa, sin tapujos ni disimulos. Y vino, y me trajo flores, y cenamos en la azotea en una noche fantástica y llena de magia por elementos externos adaptados a nuestra realidad. Y la magia dio paso a lo inevitable, y las ganas recíprocas acumuladas en meses y meses de idas y venidas explotaron con el calor de las noches veraniegas, mientras sonaba, literalmente, la traca del final de Festes. Y fue incluso mejor de lo esperado, porque siempre que uno espera algo, la realidad acaba quedando por debajo. Y ella misma me admitió que ya lo había descartado, y creo que yo ya casi también. Pero llevamos dos días escribiéndonos, y parece claro que con ganas de repetir. Y hace un momento coincidíamos que hemos tenido que hacer un ejercicio de autocontrol recíproco al vernos hoy en el trabajo. Y no sé dónde llevará esta historia clandestina y que no deja de tener riesgos por su situación, pero ahora mismo me costaría ponerle freno y ella me deja claro que también. Nada tiene sentido cuando se sienten cosas, sean del tipo y la fuerza que sean.

En este caos dEsoRdeNado me muevo ahora mismo, con una madeja de masa cerebral entremezclada, caras distintas, y afectos y necesidades también diferentes, intentando sacar algo en claro. Al final, por mucho que quieras racionalizar las cosas, parece que al final siempre se nos acaba llevando la corriente a la fuerza, y no hay control posible. A la deriva, como siempre, buscando un faro que nos lleve a puerto. Aunque a veces parece que nos dé miedo pisar tierra firme y preferimos quedarnos luchando en la tormenta por no hundirnos en mitad de la nada.