Hoy me han hecho sentir envidia. Y encima han sido argentinos. No es que padezca ningún tipo de sentimiento xenófobo hacia ellos, ni mucho menos. Simplemente hablaba de fútbol, y la verdad es que la selección albiceleste nunca me ha acabado de despertar especial simpatía. Pero es cierto que en los últimos años, la presencia de Messi ha hecho que le ganara estima a Argentina, por aquello de barrer hacia casa. El caso es que hoy hemos ido a ver el partido de la albiceleste a un bar en el que me emborrachaba en mis noches de post-adolescencia; aquellas noches en que salías de casa pensando básicamente en si habría suerte y conseguirías ligarte a alguna chica con la que compartir un buen rato de tactos, sabores y olores. Por muchos años que hayan pasado, tampoco ha cambiado mucho el cuento, no nos vamos a engañar. Pero volviendo al tema, ya me habían advertido que el lugar se llenaba de argentinos y el ambiente era sensacional. Y no me engañaban. He llegado justo a tiempo para entrar, pues hay aforo limitado por cuestiones de seguridad, y sólo entrar, ya hemos flipado: un gentío vestido de albiceleste, banderas ondeando, gritos, tambores y cánticos llevados al compás de ese ritmo aparentemente cansino, pero que se engancha de manera hipnótica. Si cerrabas los ojos, podías imaginarte en La Bombonera o en el Monumental, o en cualquier otra cancha de esas que vibran, literalmente, al son de la gente. Messi ha marcado sólo empezar y ha sido la locura; un minuto después, Nigeria ha empatado, y la decepción sólo ha durado unos instantes, hasta que los tambores han vuelto a sonar, y la gente ha reaccionado con fervor: "vaaamooooo, vaaaamooooo, Argeeentiiiinaaaa; vaaamooooo, vaaaamooo a ganar; que estaaaa baaaarraaaaaa quilombeeeraaaaaaa, no te deja, no te deja de aleentaaaaaarrrr!!". La locura ha vuelto con el segundo de Messi, la minidecepción con el 2-2, y con el 3-2 de Rojo la fiesta ha continuado, entre litros de cerveza, sudores y hasta alguna televisión y fotógrafos que se habían acercado curiosos por lo que se decía del sitio y la atmósfera. Y aunque íbamos perfectamente integrados con nuestras camisetas, y nos hemos unido a saltos y gritos, y ha sido todo muy divertido, la verdad es no podías evitar sentirte un poco intruso. Podrás imitar la manera de vestir o podrás aprenderte uno cánticos, pero el sentimiento real no se vende en una tienda de souvenirs.
Y he sentido envidia, porqué entiendo el fútbol como entiendo la música, o el cine, o el arte: desde el sentimiento. Que sí, que elementos como la técnica o el raciocinio intelectual están muy bien, pero cuando presencio algo, quiero que me emocione. Igual que cuando conozco a alguien, quiero que me despierte interés, curiosidad, inquietud, enigma... lo que sea, pero que me haga hervir algo por dentro. Y en el fútbol de selecciones, mi sentimiento siempre se ha movido en función de filias y fobias personales de cada momento hacia jugadores concretos, o del placer estético que me hiciera sentir una selección determinada en un momento puntual. Mi relación con la selección española siempre ha oscilado en un amor-odio más motivado por los futbolistas que jugaran en ese campeonato, o por situaciones socio-políticas del momento. Pero la verdad es que nunca la he sentido como mía, en términos estrictamente emocionales. Ha habido campeonatos en que me he alegrado de que ganaran porqué había muchos jugadores del Barça, o porqué disfrutaba viéndoles jugar un fútbol tremendamente atractivo; y ha habido otros torneos en que me he reído viéndoles perder, porqué había mayoría de jugadores del Equipo del Mal, o porqué estaba hasta las narices de temas extradeportivos. Y también ha habido otros casos, como por ejemplo este mundial, en que me dejaba completamente indiferente lo que hicieran o dejaran de hacer. Y viendo hoy la locura apasionada, casi religiosa, que sentía toda la hinchada argentina por su selección, he sentido esa envidia que os decía. Me encantaría vivir eso en un mundial y con mi propia selección, de la misma manera que lo puedo llegar a sentir en torneos domésticos de equipos. Quien sabe, quizás algún día podamos competir a nivel internacional con los mismos derechos que ahora nos niegan. Y ese día os puedo asegurar que me volveré igual de loco que todos los que hoy nos rodeaban, y reiré y lloraré de emoción verdadera...