Escuchar a Joe Meek es una experiencia tan curiosa como el propio personaje. Una de las cosas que más me gusta del In-Edit es descubrir historias fascinantes sobre tipos extravagantes desbordados por su propia locura; será por empatía hiperbólica. Seguramente son todas estas historias las que acaban convirtiendo el rock (o la música en general) en una especie de nueva mitología contemporánea, donde los protagonistas de hazañas increíbles no son dioses con poderes sobrehumanos, sino personajes montados en guitarras, egos gigantescos y una vida interior alterada. Y si en estos nuevos héroes mitológicos son fascinantes las historias de los grandes triunfadores, casi me resultan todavía más interesantes las de los outsiders; esos que tenían las cualidades, el talento o las habilidades para haberse hecho un nombre en el olimpo musical, pero por una razón u otra, se quedaron en la sombra, condenados al anonimato universal y a la devoción incondicional de una fiel legión de seguidores que les rinden culto como un pequeño tesoro oculto, enamorados por su romántica condición de perdedores. Siempre he sentido especial fascinación por los que no llegan, o los que lo hacen y no duran, o cualquiera envuelto en algún tipo de fatalidad que le impida triunfar o dé pie a historias legendarias como la de Joe Meek. En el fondo, en el mundo hay más perdedores que vencedores, así que estas historias tienen más público potencial que pueda sentirse identificado de una u otra manera. Estos días también he descubierto la historia de Johnny Moped, que seguramente podrían aparecer en la historia del rock al lado de los Pistols, Buzzcocks, The Clash, Damned y demás bandas del punk británico de los '70. Pero no es así...
Y seguramente el documental que más me ha gustado sea 'Mistaken For Strangers'. Y eso que no cuenta propiamente la historia de The National, como en los dos anteriores citados, sino que lo realmente interesante aquí son temas personales y de relaciones humanas. Esas que tantas frustraciones generan y que parecen condenadas al eterno fracaso y a la repetición en bucle de finales desastrosos, desmesurados y/o incomprensibles. Cada vez tengo más claras mis incapacidades en este terreno, reflejadas siempre en patrones similares, donde impaciencia, exigencia, orgullo o temperamento lo envían todo al garete. Soy incapaz de entender y adaptarme a la manera de funcionar de los demás, y eso me está convirtiendo en un tipo cada vez más escéptico, frío, misántropo y solitario. Y cuando intento iniciar nuevas historias, lo hago con el freno de mano y 1000 escudos, porqué ya no me fío de nadie: ni de mi, ni de los demás. Antes o después, siempre acabamos fallando en temas esenciales de manera fatal. Como todos esos personajes que tanto me fascinan, y vuelta a empezar...
Anoche, tras el Apolo y lo que vino después, de vuelta a casa pensaba que quizás mi papel en el mundo en este terreno sea simplemente el de proporcionar y recibir placeres fugaces. De esos intensos, emocionantes, e incluso alguna vez mágicos, pero que caducan como los yogures. De hecho, cada vez que empiezo una aventura me siento como cuando estoy delante de la nevera del súper y miro en la tapa la fecha de caducidad. ¿Cuánto me durará esta vez? ¿Hasta cuando lo podré disfrutar antes de que me duela la barriga? Y a pesar de todo... ¿por qué narices nos estamos dando coba otra vez con la A-Lombarda si sabemos que nos volveremos a pillar los dedos? ¿Por qué narices no puede ser siempre así de encantadora? ¿Por qué soy tan adicto a las complicidades, si al final me acaban dando alergia y dolor de cabeza? ¿Por qué todo es siempre tan difícil? Al final todo acaba reduciéndose a la misma carencia. La misma que afectó a Joe Meek y a Tom Berninger. Por si acaso, hoy ya he pasado por el Decathlon a por ropa para pasar mejor el frío que se nos viene encima...